sábado, 15 de septiembre de 2018

Siempre es de noche. Por Vivi García


- Comienza a las tres, pero a las seis se pone re buena porque empiezan a llegar los que salen del laburo. Se cambian en el baño y arriban a la pista vestidos de fiesta. Nada de alcohol, un cafecito y perfume... Oler bien mejora el paso. ¡Suerte!
Los consejos de Carmen a Estelita le vinieron de maravillas. Era la primera vez que se animaba a ir a una milonga; Carmencita estaba resfriada y con el marido en casa era complicado fingir un trámite.
Al entrar a “La Pausa” escuchó una tanda de milonga que hizo que sus pasos se apuraran, pagó la entrada y se ubicó en una mesa. En una de las sillas apoyó la cartera, colgó del respaldo la bolsa negra con los zapatos nuevos, ésos que jamás pisarían la vereda, sólo las pistas (como le había aconsejado su amiga) y se los puso lentamente, peleándose de a ratos con las hebillas. ¡Listo! Lucían estupendos en los pies pequeños de Estelita.
Paso siguiente y posterior al pedido de un tecito cortado, miró y encontró otros ojos acompañados de una cabeza en sutil movimiento. Esperó, se paró en el momento indicado…¡y a bailar! Y como vela amarrada al palo mayor comenzó a navegar en aguas rítmicas, giratorias, envolventes. Durante doce minutos cuatro tangos le sostuvieron el alma, le acariciaron la piel, le pusieron una luna a esa tarde porteña.
El té en la mesa se murió de frío. Su dueña no paró de bailar. Las clases del club de su barrio habían dado resultado. Regresó a su casa impregnada de algo parecido a la felicidad.
El marido de Carmencita dormía cuando sonó el teléfono. Las dos amigas hablaron hasta la medianoche. “Qué buena idea la de ir a “La Pausa”, ¡qué suerte que te hice caso!”, dijo Estelita, y antes de cortar comentó: “lo bueno de estos lugares es que siempre es de noche, y viste ¡cómo lucen los zapatos en la pista! La próxima vez vamos juntas”.
Carmen, puso el inalámbrico en la base, fue a la cocina, y se preparó unos mates. El tango, aunque sólo hablara de él, le quitaba el sueño.