Un día me rozó con su mirada, se detuvo un instante en mis ojos y, desde entonces, no nos hemos separado.
Todas las tardes me invita a su casa. Él se sienta al piano, y yo cerca de ambos. No hablamos mucho, en realidad nuestro vínculo se reduce a un manojo de palabras a modo de saludo. Nos comunicamos a través de la música que él interpreta y que yo, simplemente, escucho con devoción. Eso es todo. Y digo "todo" porque no necesitamos nada más.
Les puedo asegurar que nos conocemos en profundidad. De antes de habernos visto, escuchado, de mucho antes... Y cuando digo "antes", quiero decir, desde siempre.
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