sábado, 18 de mayo de 2024

Una historia de amor.

 "Una historia de amor" por Vivi García. 


Los padres de Piedad tuvieron muchos hijos. Ella fue la tercera de seis. Y lamentablemente sobre ellos cayeron rótulos: el inteligente, el vago, el lindo, el poco agraciado, el servicial... Cada hijo fue creyendo que eran según la mirada de los progenitores. Piedad tomó el guante de la fea. Y así se percibió y vivió sintiéndose fea ya que esa mirada venía de papá y mamá. Sí, fue la fea de la familia hasta el día que decidió, frente al espejo, mirarse con otros ojos.  Descubrirse, amarse. Con su título de maestra brilló en todas las aulas. Y a la edad de merecer ella estaba dispuesta a aceptar al hombre que la pidiera en matrimonio, siempre y cuando la inteligencia y la sensibilidad fueran cualidades del caballero.   A los veintidós años pidió su mano Anselmo. Hombre trabajador, bonachón, tranquilo. Se casaron. Vivieron en una casa con un parque muy hermoso. Piedad pasaba horas cuidando las plantas. Cuando Anselmo llegaba del trabajo tomaban mate, regaban el césped y conversaban hasta la hora de la cena. 

Un día Anselmo tomó coraje y le preguntó si le había gustado cuando la pidió en matrimonio. Ella dejó la manguera sobre el pasto, se sentó junto a él y tomándolo de la mano le ijo que no. Pero que siguiendo el impulso de su corazón sintió que era el hombre adecuado, que el amor llegaría después.

Anselmo quedó mudo. Amaba la forma directa que tenía de hablar su esposa. Era directa, sincera, segura.Directora en la escuela y directora de sus sentimientos.  - No me equivoqué.  Sos la persona que quiero a mi lado cada tarde, cada amanecer. 

Anselmo la abrazó fuerte. Suspiró y soltó un "gracias" que acarició las flores y el alma de Piedad.

Fue sencillo construir. Él la admiró y amó desde el primer día. Ella se dio el permiso de la duda. Se asomó al vértigo de sus preguntas y atravesó el miedo a equivocarse.

Funcionó para ambos. 

Hoy, en ese parque juegan los bisnietos de ambos. Piedad y Anselmo sembraron en el jardín de la vida palabras, gestos, silencios y belleza.


vivitecuenta@gmail.com 

vivitecuenta.blogspot.com 

YouTube Vivi García te cuenta

martes, 14 de mayo de 2024

El viaje

 "El viaje"         de Vivi García


   Susan vivía en un pueblo tan pequeño que no había plaza. Desde pequeña había soñado con una hamaca en el parque de su casa pero su papá aunque prometía no cumplió nunca. Tal vez ese fue el motivo por el cual, aquel día y con ochenta y nueve años, le pidió ayuda al vecino para que le armará una hamaca en el árbol del fondo. Por pocos billetes el joven lo hizo y quedó muy bien. 
Al día siguiente, Susan se sentó en el columpio azul y sintió que regresaba  a sus doce años.  Sus piernas fuertes comenzaron a dar impulsos una y otra vez. Sus cabellos de plata volaron. Susan reía a carcajadas. La hamaca se elevó tanto tanto que Susi llegó al cielo y se quedó allí,  feliz entre las nubes.



"Vintage" por Vivi García

 Vintage" por Vivi García.

Ayer tuve ganas de leer el diario en papel. Hace años que no lo hacía. Al comprarlo sentí culpa por lo del cuidado del ambiente y de los árboles específicamente. Entre mis juicios y prejuicios que se debatían en mi mente ganó mi deseo retro. Llegué a casa, lo puse sobre la mesa, preparé un té con leche y me entregué a la fiesta de la lectura. Les juro, y no es cuento!, que al hacer girar las páginas toda mi casa se impregnó de olor a tinta. Qué banquete para los sentidos! Y ahí me quedé un par de horas evocando el ritual dominguero de otrora.
La verdad, de puro desmesurada, me hubiese gustado contarles que una Plapla* caminó por la mesa, bailó con mis gatos, y se dejó acariciar... pero lamentablemente, éso, no sucedió. Qué pena!
* Qué es una Plapla? Leer La Plapla de María Elena Walsh.
vivitecuenta@gmail.com / @vivi.garciagarcia

viernes, 26 de enero de 2024

Decisiones

 

Decisiones                                                      por Vivi García

   Aquella tarde fui a visitar a mamá. Noté por primera vez, quizá por negadora, que mamá hablaba incoherencias. Me llamó varias veces por el nombre de mi tía, de mi hermana mayor, de una compañera que ella siempre citaba de su escuela primaria… Cuando por preguntarle algo le dije: mamá: - ¿cuántos años tenés?, me dijo: - ciento doce. No podía negar más la situación. La esperé a mi hermana Adriana, que era el día en que ella también iba a verla, y té de por medio, hablamos con términos que mi mamá no pudiera entender del todo, y tomamos decisiones. Mi hermana iría a vivir a la casa de mamá con su perra. Por aquellos tiempos mami también tenía un perro. Y yo iría todos los días a la casa, me quedaría hasta la hora de la cena con mamá mientras mi hermana seguía con sus trabajos administrativos y a la noche cuando Adriana regresara, después de comer juntas, yo volvería a mi departamento de Floresta para que mis gatos no se sintieran tan solos

    Fue un tiempo extraño, ocho años precisamente. No solamente estábamos nosotras tres, sino que era muy común merendar o desayunar con los tíos, con el abuelo, con alguna prima, todos habían partido hacia tantos años, pero para Rosa, mi madre, estaban con nosotras. Por la tarde mirábamos una novela que a mamá la entretenía y de vez en cuando estiraba el brazo, me acariciaba la cabeza y me decía: - ¿en qué momento te salieron tantas canas? Yo, me encogía de hombros para no explicar que yo ya era una señora grande también. A veces me mandaba a buscar los huevos al gallinero y yo sacaba de la heladera media docena de los que había comprado en el supermercado. Ella me decía: - ya no ponen huevos como antes - y yo, le seguía la conversación. A veces tejíamos, y siempre  escuchaba sus historias de personas que yo no había llegado a conocer, hasta que me empezaron a resultar familiares. En aquellos mediodías mientras esperábamos el regreso de mi hermana a la tarde temprano, almorzaba con mi madre y unos cuantos finados más.

- Acercale la silla al tío, me decía.

-Servile nuevamente al abuelo que llegó cansado. A todo decía que sí. Le sumaba un gesto de servir o un cambio de conversación o simplemente hablábamos de lo mismo varias veces al día. Todo fluía entre mi madre, mi hermana Adriana y yo. Los perros en el patio, mis gatos esperándome…

   Pasaron ocho años, mi madre murió a los noventa y cinco mientras dormía y ahí otra vez fue tiempo de decisiones. Pusimos la casa de mamá en venta, mi hermana volvió a su departamento de Liniers y yo volví a quedarme todo el día en mi casa de Floresta con mis añosos gatos.           Muchas veces bromeamos por teléfono con mi hermana y ella me pregunta: - ¿Qué estás haciendo Vivi? Y yo le digo: - acá estoy con el tío Sebastián, con mamá, con la tía Narda… Se mata de risa mi hermana. Esos ocho años fueron raros, fueron de encuentros, aún con aquellas personas que por cuestiones temporales no llegamos a conocer de la manera que mamá las conoció. Y cuando termino la llamada,  acaricio a mis gatos y comienzo a añorar la caricia de mamá diciéndome:

-      ¿en qué momento te salieron tantas canas, Vivi?