Hace cuarenta años que bailo tango, y quince que
voy a la milonga “La Pausa”. Elegí ese salón por dos razones: porque queda
cerca de mi casa y por los rumores, que pronto confirmé, de buen nivel de
baile.
Reservo una mesita para tres todos los jueves y
junto a dos amigas milongueras disfrutamos la fiesta del dos por cuatro. Bailo
mucho y bien, digamos… bailo con dignidad.
A la izquierda de nuestra mesa está la de un
grupo de hombres que nosotras llamamos “los notables” por su prestigio como
excelentes bailarines. Miran mucho, cabecean poco.
Entre ellos, muy reconocido en las milongas de
Buenos Aires, está don Alfredo, "¡una eminencia!", dicen muchos al
referirse a él, “no se vio bailarín mejor”, aseguran. Todos le dicen “el
Profe”. Hombre de cabellos de plata, alto, delgado, elegante, siempre impecable
y muy observador… En su juventud, cuentan casi como una leyenda urbana,
¡dibujaba en la pista! Hoy, baila un par de tandas sólo con dos mujeres tocadas
con la varita mágica.
Como una niña ilusionada hace más de una década
que espero su mirada, yo busco cada jueves la de él pero no me ve, o peor aún,
no me mira.
Quizá porque “el Profe” está cerca de los
noventa, tal vez por mi edad avanzada, o porque estamos de paso en esta vida y
sabemos que “el baile” se acaba… por todas esas razones, cuando lo vi salir de
La Pausa, celebrado por media milonga, saludado aparatosamente, dejando una
estela de luz a su paso, tomé coraje y lo seguí. En la puerta esperé
que pasara al anonimato que da la vereda, y le dije:
- - Alfredo, ¿cuándo vamos a
bailar? Estamos grandecitos y si no nos apuramos la Parca te va a llevar a vos
o a mí y me voy a quedar con la asignatura pendiente de una tanda juntos.
A pesar de su asombro me respondió enseguida:
- - No te vi piba, ¿dónde te
sentás? Bailo poco, ¿viste? ¿Cómo te llamás?
Cuando le dije Aída hizo una broma con respecto a la ópera de
Verdi como para abordar la situación, y antes de irse prometió:
- - El jueves próximo, ¡Pugliese!
Un jueves más en La Pausa. No cualquier jueves.
Cuando llegué el Profe ya estaba en la mesa de los “próceres del tango”, como
los rotuló Laurita.
Noche de suerte, bailé mucho y lindo.
Cuando comenzó la tanda del Maestro, sonó “La
Mariposa”, yo miré al Profe. Él ya estaba acariciando mi mirada.
Me gusta mucho,Viví, esa historia es recurrente de cada barrio,de cada milonga, de cada lugar que baile tango, siempre estamos mirando, aquel o aquella que nos gustaría bailar alguna ves una tanda, y algunas ves se nos da, es que estamos en estado de gracia.
ResponderEliminarMil gracias profes!
EliminarUn abrazo fuerte!
Vivi