Una tarde, hace muchísimo tiempo, Dios convocó a una reunión. Estaba invitado un ejemplar de cada especie.
Una vez reunidos, y después de escuchar muchas quejas, Dios soltó una sencilla pregunta: "Entonces, qué les gustaría ser?", a la que cada uno respondió sin tapujos y a corazón abierto.
La jirafa dijo que quería ser un oso panda; el elefante pidió ser mosquito; el águila, serpiente; la liebre quiso ser tortuga; y la tortuga, golondrina; el león rogó ser gato; la nutria, carpincho; el caballo, orquídea; y la ballena pidió permiso para ser zorzal.
Le llegó el turno al hombre. Dudó. Después de meditar unos segundo, y casi con un gesto de súplica, dijo: "Señor, yo quisiera ser... feliz".
miércoles, 20 de marzo de 2019
"Todo por amor" por Vivi García
Había una vez un hombre y una mariposa muy enamorados.
Ella estaba metamorfoseándose en mujer, cuando a él ya le estaban creciendo las alas.
"Roberto" por Vivi García
Hoy me encontré con mi tío Roberto. Mis hermanas dirían: “¡Imposible!”. Es cierto que murió hace catorce años, pero hoy lo vi. Manejaba un taxi; justo bajó de su auto un pasajero, en Bacacay y Chivilcoy. Él me vio, me reconoció a pesar de los años, pero su mirada pedía complicidad y silencio. Yo estaba paseando a mi perro, claro que no es el mismo que mi tío conoció.
Roberto tenía su antiguo entretejido. ¡Qué raro!, porque antes de morir había abandonado el pelo prestado y lucía su blanca cabeza calva al viento. Le quedaba mucho mejor.
Era él. ¡Qué gusto me dio verlo! Comprobar que los muertos se van sólo por un rato me dio una sensación de irreal orfandad.
Por las dudas, yo mañana voy a ir a esa esquina a la misma hora. Tal vez el pasajero sea habitual y descienda allí cada tarde.
Cuando lo vuelva a encontrar a mi tío, le voy a preguntar por los Viejos.
Cosa extraña… A ellos no dejé de necesitarlos… y eso que ya estoy grande.
"EL PRIVILEGIO DE LEER" por Vivi García
Quizá sea algo tan habitual, que ya no repare en la celebración de la lectura, se naturalizó, como el cepillado de dientes, o el "buenos días" al cruzarme con un vecino.
Pero suelo reparar cada vez que tengo un libro en las manos, en la fiesta de los ojos, del alma (y supongo que de las manos y oídos de aquellos que no ven). Suelo detener la lectura para tomar conciencia del viaje que estoy realizando a tiempos remotos, a geografías lejanas, o a una historia que se desarrolla en la ciudad que habito. Y casi como un rezo aparece el agradecimiento a todos los escritores que me invitaron a ver, a oler, a sentir sus libros. Muchas veces el llanto detuvo mi lectura, y tuve que hacer una pausa para procesar la emoción y volver a la obra.
Cuando leo para chicos, suelo espiar por sobre el libro para no perderme sus rostros ante esas "velas malditas"* que no quieren apagarse; o cuando la princesa Filomena le pregunta a viva voz desde el balcón al príncipe "¿quién sois?" **; o cuando cazan a la niña negra y su madre a través de la red le entrega el espejo que su padre le había regalado cuando se casaron***. ¡Cómo no lagrimear de risa o de impotencia cuando las páginas nos ofrecen tanto!
¿Quién no recuerda a la protagonista de "El lector"?, esa mujer que escondió hasta las últimas consecuencias su analfabetismo.
Benditos los que disfrutan leyendo porque ellos alcanzarán los caminos del había una vez con todos sus matices: lo mágico, la desmesura, el humor, la tragedia, lo maravilloso, el crudo realismo...
Como dice Daniel Pennac muchas veces el tiempo dedicado a la lectura es tiempo robado a otras actividades, y qué bueno que así sea.
* Las velas malditas, de Graciela Montes
** La princesa y el pirata, de Alfredo Gómez Cerdá
*** El espejo africano, Liliana Bodoc
"En la pista" por Vivi García
Felicitas se preparó para ir a la milonga. Se puso un vestido rojo y unos zapatos negros tan brillantes y tan altos que a su paso todos se daban vuelta.
A llegar al baile Ricardo la cabeceó, ambos se fusionaron en un abrazo y durante los cuatro minutos que duró "La mariposa" por el maestro Osvaldo Pugliese, fueron dos corazones en un solo cuerpo.
A llegar al baile Ricardo la cabeceó, ambos se fusionaron en un abrazo y durante los cuatro minutos que duró "La mariposa" por el maestro Osvaldo Pugliese, fueron dos corazones en un solo cuerpo.
"Diálogo" por Vivi García
Conocí a un hombre que toca el piano de maravillas.
Un día me rozó con su mirada, se detuvo un instante en mis ojos y, desde entonces, no nos hemos separado.
Todas las tardes me invita a su casa. Él se sienta al piano, y yo cerca de ambos. No hablamos mucho, en realidad nuestro vínculo se reduce a un manojo de palabras a modo de saludo. Nos comunicamos a través de la música que él interpreta y que yo, simplemente, escucho con devoción. Eso es todo. Y digo "todo" porque no necesitamos nada más.
Les puedo asegurar que nos conocemos en profundidad. De antes de habernos visto, escuchado, de mucho antes... Y cuando digo "antes", quiero decir, desde siempre.
Un día me rozó con su mirada, se detuvo un instante en mis ojos y, desde entonces, no nos hemos separado.
Todas las tardes me invita a su casa. Él se sienta al piano, y yo cerca de ambos. No hablamos mucho, en realidad nuestro vínculo se reduce a un manojo de palabras a modo de saludo. Nos comunicamos a través de la música que él interpreta y que yo, simplemente, escucho con devoción. Eso es todo. Y digo "todo" porque no necesitamos nada más.
Les puedo asegurar que nos conocemos en profundidad. De antes de habernos visto, escuchado, de mucho antes... Y cuando digo "antes", quiero decir, desde siempre.
"La Victoria de Roberto" por Vivi García
Roberto era mi tío preferido. Pelado, gordito, sensible, hablador, con dos océanos por ojos. En el pecho tenía muchos rulitos que sobresalían de la camisa. ¡Qué gracia me hacía ese bosque oscuro! Muy de a poco, mi tío fue cambiando: bajó de peso, apareció con una peluquita lacia, se esfumaron los pelos de su pecho, la ropa tomó color y se ciñó al cuerpo... No recuerdo en qué momento mi tío Roberto pasó a ser tía Victoria. Supongo que no fue fácil para el abuelo; para mamá, ¡tan estructurada!; para los otros tíos. A algunos el cambio no les gustó nada, a otros, los invadió un repentino desconcierto. La metamorfosis fue lenta, pero despacito despacito todos fuimos reconociendo a la tía Victoria como si hubiese estado en nuestras vidas desde siempre. Tal vez porque el género era lo de menos, o porque el amor que nos tenemos superó todas las diferencias. De él, digo, de ella, aprendí que la libertad no se pide, se toma; me di cuenta de que tenemos que ser sinceros y fieles al norte que nos indica el corazón; y precozmente supe que estamos de paso, digo, por un ratito, entonces, ¿por qué no bailar la música que nos gusta más? La Victoria fue de Roberto. Eso fue todo. Eso es.
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