Con la pandemia la abstinencia de milonga la llevó a Martita a armársela en su propia casa. Tenía sus ventajas: no debía usar barbijo ni alcohol en gel.
Más de un año sin bailar la condujeron a tomar la decisión. Antes de lo del virus iba a bailar cuatro veces por semana, y en estos tiempos... nada, ¡nadie!
Por el mes de marzo veinte veintiuno martes, jueves y domingos, Marta tiene su propia milonga. Ubica en su comedor una mesita, sobre ella un café cortado y un vaso con agua fresca, dos sillas, una junto a la mesa y otra, la del almohadón colorado, más alejada. Prepara en la computadora tres tandas: tango, milonga y vals. Alrededor de las dieciocho se pone un vestido lindo, se calza los zapatos adecuados y va hasta el living de su casa
(cuatro metros apenas la separaban desde su cuarto), bebe el café, pone la musíca seleccionada, cabecea al almohadón, y una vez en la pista (el parquet del piso es ideal para bailar), abrazados ambos, caminan a ritmo durante media hora.
"Algo es algo - les dice Martita a sus amigos en los encuentros vía zoom - prueben, bailen, abracen aunque más no sea, por ahora y hasta volvamos a encontrarnos, a una almohada".
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