Hace un rato, cuando iba a lo del dentista, encontré en la vereda una hoja de roble (tal vez fuera un liquidámbar...) y la tomé. Miré la copa casi desnuda que conservaba aún algunos destellos amarillos, naranjas, rojizos... y me la guardé. La pregunta no se hizo esperar... ¿De dónde brota tanta belleza, tanta perfección? Mi corazón que tiene la respuesta no le dio chance a la mente que comenzaba a saltar de rama en rama como un monito inquieto. El corazón siempre sabe.
Ya estoy en casa, con mi muela arreglada y el alma restaurada. Gracias al odontólogo, excelente profesional, y a un árbol bello, generoso, de raíces fuertes y ramas hacia las alturas, que hoy me regaló una de sus creaciones.
El ser humano tiene mucho de árbol, echa raíces y busca lo elevado.
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