“¡Bendita milonga!” (único acto). por Vivi García
Dos mujeres concurren a una milonga del Centro. El organizador les propone compartir la mesa. Conversan amistosamente como si se conocieran de toda la vida.
- Hola, Carlos me sugirió sentarme con vos, ¿te molesta?
- ¡Para nada! Soy Paula.
- Tere, ¡un gusto! ¿Qué onda hoy?
- Viene medio flojo, hay pocos hombres. Y sólo dos chicas conducen.
- Habrá que aprender los dos roles y se termina el planchazo.
- Me río porque a pesar de las sorpresas que ofrece la milonga: un día se baila mucho y otro poco y nada, a pesar de los vaivenes sigo viniendo casi con asistencia perfecta.
- Sabés lo que pasa Paula, ¡en una milonga se encuentran tantas cosas! Por eso venimos.
- Si lo sabré, para mí es una terapia. Te tomás un cafecito, conversás, escuchás música disfrutás la letra de los tangos y con suerte bailás mucho. O algo. Pero lo suficiente como para salir contenta y con endorfinas nuevas.
- Y qué decir del abrazo! Claro que nada mejor que salir a la pista con un buen bailarín, que pise a tiempo, que tenga un abrazo cerrado, con marca precisa.
- A veces me pregunto por qué algunos tipos nunca me sacaron. Me defiendo bailando. Tomo clases. Vengo prolija. ¿Por qué será?
- Tengo dos teorías. La primera: bailan siempre con la mismas mujeres y eso les da seguridad; la segunda: no se animan porque te vieron bailar bien.
- Me gusta la segunda instancia. Ja!
- ¿Ves al de camisa celeste?, lo miro desde hace meses y nunca me sacó. Ojo que baila normal, no es el Cachafaz.
- Tal vez él crea que lo es. Qué sé yo. Los hombres son raros.
- Bueno, yo también esquivo la mirada más de una vez así evito el cabeceo cuando no me gusta como baila.
- ¡Empate entonces!
- Sí, empate. Pero creo que es tiempo de cambios. Bailar ambos roles, sacar o cabecear a los hombres o a otras mujeres… ¡Cambios! A mi gusto hay mucho ritual, mucha formalidad…
- ¡Tenés razón!
- ¿Y si empezamos hoy?
- ¿Te parece? ¿Hoy? ¿Ahora? ¿Ya?
- Sí, ¡ya! Debemos accionar de lo contrario seguiremos en la silla.
- ¡Dale!, yo voy a cabecear al de remera azul.
- Yo, al de camisa a cuadros.
- ¡Suerte!
- ¡Igual para vos!
Paula y Tere abandonaron la mesa ante la aprobación de los caballeros cabeceados. No pararon de bailar aquella tarde noche. “Cambia todo cambia”, dice la canción. Y es así nomás.