viernes, 1 de agosto de 2025

Bendita milonga

 “¡Bendita milonga!” (único acto).                           por Vivi García


Dos mujeres concurren a una milonga del Centro. El organizador les propone compartir la mesa. Conversan amistosamente como si se conocieran de toda la vida.


-          Hola, Carlos me sugirió sentarme con vos, ¿te molesta?


-          ¡Para nada! Soy Paula.


-          Tere, ¡un gusto! ¿Qué onda hoy?


-          Viene medio flojo, hay pocos hombres. Y sólo dos chicas conducen.


-          Habrá que aprender los dos roles y se termina el planchazo.


-          Me río porque a pesar de las sorpresas que ofrece la milonga: un día se baila mucho y otro poco y nada, a pesar de los vaivenes sigo viniendo casi con asistencia perfecta.


-          Sabés lo que pasa Paula, ¡en una milonga se encuentran tantas cosas! Por eso venimos.


-          Si lo sabré, para mí es una terapia. Te tomás un cafecito, conversás,  escuchás música disfrutás la letra de los tangos  y con suerte bailás mucho. O algo. Pero lo suficiente como para salir contenta y con endorfinas nuevas.


-          Y qué decir del abrazo! Claro que nada mejor que salir a la pista con un buen bailarín, que pise a tiempo, que tenga un abrazo cerrado, con marca precisa.


-          A veces me pregunto por qué algunos tipos nunca me sacaron. Me defiendo bailando. Tomo clases. Vengo prolija. ¿Por qué será?


-          Tengo dos teorías. La primera: bailan siempre con la mismas mujeres y eso les da seguridad; la segunda:  no se  animan porque te vieron bailar bien.


-          Me gusta la segunda instancia. Ja!


-          ¿Ves al de camisa celeste?, lo miro desde hace meses y nunca me sacó. Ojo que baila normal, no es el Cachafaz. 


-          Tal vez él  crea que lo es. Qué sé yo. Los hombres son raros.


-          Bueno, yo también esquivo la mirada más de una vez así evito el cabeceo cuando no me gusta como baila.


-          ¡Empate entonces!


-          Sí, empate. Pero creo que es tiempo de cambios. Bailar ambos roles, sacar o cabecear a los hombres o a otras mujeres… ¡Cambios! A mi gusto hay mucho ritual, mucha formalidad…


-          ¡Tenés razón!


-          ¿Y si empezamos hoy?


-          ¿Te parece? ¿Hoy?  ¿Ahora? ¿Ya?


-          Sí, ¡ya! Debemos accionar de lo contrario seguiremos en la silla.


-          ¡Dale!, yo voy a cabecear al de remera azul.


-          Yo, al de camisa a cuadros.


-          ¡Suerte!


-          ¡Igual para vos!


Paula y Tere abandonaron la mesa ante la aprobación de los caballeros cabeceados. No pararon de bailar aquella tarde noche. “Cambia todo cambia”, dice la canción. Y es así nomás.



No hay comentarios:

Publicar un comentario