“Llegaste
a mí con tu risa cantarina / tu amor me hizo fuerte y me dio fe,
todas las noches oscuras de mi vida / brillaron a la luz de tu querer…”
Luis Caruso (1958). “Bomboncito”.
Melancólico
Atrás era un tipo gris. Como apagadito.
Un día su mamá le dio un gran consejo: “anda
a bailar tango hijito, ¡andá a bailar!”. Y Melancólico la escuchó y dejó de
estar opaco todo el día, porque alrededor de la siete de la tarde se
despabilaba, se empilchaba lindo y se iba a una conocida milonga del barrio de
Flores. Apenas llegaba, hecho un bombón, sus ojos y otros ojos de pestañas
estiradas se encontraban. Después venía el turno del imprescindible cabeceo y
unos segundos más tarde, el milagro del abrazo.
A la medianoche, cuando las luces del salón
comenzaban a apagarse, y una huída de tacones dejaba a la pista de baile sin
caricias, Melancólico Atrás regresaba a su casa por la calle La Fuente rumbo a
la avenida Directorio desparramando la luz y el brillo que fueron suyos por
unas horas.
Hasta
que un domingo ¡con orquesta en vivo y todo! desde su mesa Melancólico relojeó
a una mujer que era un manojo de coquetería, un derroche de simpatía. Él pudo
percibir su perfume y su voz. Sin duda era nueva. Melancólico Atrás se tomó su
tiempo como todo bailarín avezado, y la cabeceó.
Durante los doce minutos que duró la tanda
de Di Sarli los cuerpos amalgamados disfrutaron especialmente de “Bahía Blanca”
como si lo bailaran por primera vez. Se fueron descubriendo tango a tango, tanda
a tanda, orquesta a orquesta. Hubo miradas, gestos, silencios y una propuesta
sutil.
Al retirarse Alegría Acanomás dejó sobre la
mesa de Melancólico una invitación a la milonga “El arcoiris del fuelle” que ella
organizaba en el barrio de Boedo.
Por esas cosas del destino y de los
sentires, hoy, Melancólico Atrás y Alegría Acanomás llevan adelante el rincón
milonguero más concurrido de Buenos Aires.
Antes de la medianoche en “el arcoiris del fuelle” Melancólico y
Alegría bailan la última tanda. Nadie entiende por qué en ese momento la pista
se enciende.
A él, el gris se le perdió en la pista de la
vida casi sin darse cuenta, y es lógico… con la música, el baile, la poesía y ese arcoíris
que surge cada vez que respira un bandoneón ya no queda lugar para nubarrones.
Y todo
gracias al consejo de una madre: “¡Andá a bailar tango hijito, andá a bailar!
Muy lindo Vivi: muy emotivo tuvieron suerte de encontrarse y ese milagro del encuentro una vez mas fue debido al tango.abrazo
ResponderEliminarQué privilegio lo hayas contado invitada por mi grupo De la A a la Z el sábado pasado (13/4 de 2019) en el Espacio Cultural "El Marité".
ResponderEliminarMuchísimas gracias Vivi García, La Hacedora de la palabra !!
Muchas gracias!!!!
ResponderEliminarPrecioso cuento, Vivi. Lo voy a incluir en mi repertorio para contar en Habana Cuenta. Gracias!
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