Maestros
por Vivi García
Tal vez por mi estrecha relación con el
tango suelo detenerme en sus letras, esa poesía sin duda profunda y reflexiva.
Mientras bailaba hace unos días el tango “Tarde”
de José Canet, focalicé en los dos primeros versos: “De cada amor que tuve tengo heridas, heridas que no cierran y sangran
todavía”, e inmediatamente revisé mis amores, los primeros y los recientes.
Disentí con el autor. Recordé uno por uno a los hombres que me acompañaron en
las cuestiones del amor de pareja (no fueron tantos) y llegué a la conclusión
que no han quedado heridas y mucho menos, sangrantes. Es cierto que siempre me
crucé con personas que me gusta llamar “buena gente”, por lo tanto los cierres
fueron acordados y aceptados (a veces a medias) por las dos partes.
También es cierto que todas las relaciones
tuvieron fecha de vencimiento, y todas sin excepción fueron de aprendizaje, por
lo menos para mí (y deseo de corazón que también haya sido así para ellos).
Cada una me permitió conocerme más y más, y ese autoconocimiento me hizo
crecer. Ellos fueron maestros para mí. Cada afinidad entre ambos o diferencia
fue una oportunidad para aprender, mirarme, reconocerme, desconocerme para
luego ver quién era y qué quería. ¿Si lloré? Sí, un montón. Pero con el paso
del tiempo las lágrimas disminuyeron. No en vano vivimos.
A menudo observo algunos regalos recibidos que
conviven conmigo: un juego de té, un cuadro, un pijama, fotos de viajes, recuerdos
de películas y obras de teatro compartidas, recetas de cocina que nos hemos
pasado, libros… ¿Si los quise? Como dice Ángeles Mastretta en uno de sus
cuentos “a todos los quise”.
Confieso que me hubiese gustado tener un
compañero con quien se comparten los nietos pero no me ha sucedido ese tipo de amor
a plazo largo. A algunos les sucede el gran amor; a otros, breves y grandes
amores; a mí me tocaron en el reparto de Cupido amores breves, pero muy
valiosos. Agradezco y celebro haberlos conocido porque de esas relaciones me he
edificado (de todo tipo de relación una se va formando). Benditos vínculos que
me ayudaron a saber dónde quiero estar. Y hoy, a mis sesenta y uno, estoy
teniendo una relación cada vez más cuidada y amorosa conmigo. Juro que intento
a diario mimarme, perdonarme, escucharme...
¡Miren a donde me llevaron dos versos de un
tango! Este relato confesión merece un “Chan chán”.
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