viernes, 26 de enero de 2024

Decisiones

 

Decisiones                                                      por Vivi García

   Aquella tarde fui a visitar a mamá. Noté por primera vez, quizá por negadora, que mamá hablaba incoherencias. Me llamó varias veces por el nombre de mi tía, de mi hermana mayor, de una compañera que ella siempre citaba de su escuela primaria… Cuando por preguntarle algo le dije: mamá: - ¿cuántos años tenés?, me dijo: - ciento doce. No podía negar más la situación. La esperé a mi hermana Adriana, que era el día en que ella también iba a verla, y té de por medio, hablamos con términos que mi mamá no pudiera entender del todo, y tomamos decisiones. Mi hermana iría a vivir a la casa de mamá con su perra. Por aquellos tiempos mami también tenía un perro. Y yo iría todos los días a la casa, me quedaría hasta la hora de la cena con mamá mientras mi hermana seguía con sus trabajos administrativos y a la noche cuando Adriana regresara, después de comer juntas, yo volvería a mi departamento de Floresta para que mis gatos no se sintieran tan solos

    Fue un tiempo extraño, ocho años precisamente. No solamente estábamos nosotras tres, sino que era muy común merendar o desayunar con los tíos, con el abuelo, con alguna prima, todos habían partido hacia tantos años, pero para Rosa, mi madre, estaban con nosotras. Por la tarde mirábamos una novela que a mamá la entretenía y de vez en cuando estiraba el brazo, me acariciaba la cabeza y me decía: - ¿en qué momento te salieron tantas canas? Yo, me encogía de hombros para no explicar que yo ya era una señora grande también. A veces me mandaba a buscar los huevos al gallinero y yo sacaba de la heladera media docena de los que había comprado en el supermercado. Ella me decía: - ya no ponen huevos como antes - y yo, le seguía la conversación. A veces tejíamos, y siempre  escuchaba sus historias de personas que yo no había llegado a conocer, hasta que me empezaron a resultar familiares. En aquellos mediodías mientras esperábamos el regreso de mi hermana a la tarde temprano, almorzaba con mi madre y unos cuantos finados más.

- Acercale la silla al tío, me decía.

-Servile nuevamente al abuelo que llegó cansado. A todo decía que sí. Le sumaba un gesto de servir o un cambio de conversación o simplemente hablábamos de lo mismo varias veces al día. Todo fluía entre mi madre, mi hermana Adriana y yo. Los perros en el patio, mis gatos esperándome…

   Pasaron ocho años, mi madre murió a los noventa y cinco mientras dormía y ahí otra vez fue tiempo de decisiones. Pusimos la casa de mamá en venta, mi hermana volvió a su departamento de Liniers y yo volví a quedarme todo el día en mi casa de Floresta con mis añosos gatos.           Muchas veces bromeamos por teléfono con mi hermana y ella me pregunta: - ¿Qué estás haciendo Vivi? Y yo le digo: - acá estoy con el tío Sebastián, con mamá, con la tía Narda… Se mata de risa mi hermana. Esos ocho años fueron raros, fueron de encuentros, aún con aquellas personas que por cuestiones temporales no llegamos a conocer de la manera que mamá las conoció. Y cuando termino la llamada,  acaricio a mis gatos y comienzo a añorar la caricia de mamá diciéndome:

-      ¿en qué momento te salieron tantas canas, Vivi?




viernes, 29 de diciembre de 2023

"Próxima estación, Piedras"

 

“Próxima estación, Piedras…”                                              por Vivi García

   Subí en la estación San Pedrito de la Línea A de subterráneos. Él subió en San José de Flores. Atractivo. Muy atractivo. Anteojos coloridos como los que me gustan a mí.  Yo estaba sentada. Él viajaba parado. Con una mano se tomaba del pasamano y con la otra sostenía un libro. Nada más sexy que un señor leyendo ¡y con anteojos! (bueno, eso creo yo). Y en ese preciso momento se despertó una histórica obsesión en mí: querer saber qué leen los que leen. El viaje avanzaba. Ya habíamos pasado Congreso. Mi cabeza giraba cual lechuza para poder leer la tapa. Cuando mi compulsión fue indomable, arrojé la Sube al suelo cerca de sus pies como para al ir a tomarla y poder leer el título del libro. Bajamos en la misma estación, Piedras.

   Al día siguiente tomé el té con mi tía Elsa, que con sus noventa pasados sigue preocupada por mi falta de pareja  (me duran poco tiempo, es verdad,  y ella no comprende la razón,  ya que, según sus palabras “¡soy una señora tan agradable!”). Cuando íbamos por la tercera de taza de té negro con limón y jengibre comencé a contarle el episodio del subte. A ella le encanta que le cuente sucedidos. Le dije que al bajar del subte el lector de lentes colorinche me invitó a tomar un café para seguir hablando de literatura, de nosotros, de la vida… (las dos palabras que cruzamos en el andén pusieron en evidencia que éramos almas gemelas ). Fuimos al Tortoni (milagrosamente en el notable café no había cola). Después de charlar arreglamos para hacer una visita guiada al Colón durante el fin de semana, también al palacio Barolo, y a Cátulo tango… Cuando le dije a mi tía que parecía un hombre muy culto e interesante,  le brillaron los ojos como si me rogara “esta vez cuidalo, querida, por favor, ¡cuidalo!”. Veinte minutos después, mientras servía la cuarta taza, dijo eufóricamente:

-          ¡Qué suerte tuviste, dar con alguien tan afín a vos! Seguro que con este muchacho durás…

El verbo durar no me gustó nada. ¡Si supiera lo bien que me llevo conmigo! Pero la vi tan feliz con la ilusión que le hacía la idea de que  su sobrina estuviese bien acompañada, que no la contradije en absoluto.

   Conociéndola a Elsa, y sabiendo cuánto me quiere, suelo contarle cosas con finales rosados.

Volviendo al rescate de mi tarjeta Sube,  pude, desde el piso, leer el título del libro: “Reglamento de voley”. ¡Sentí ganas de sacar el libro de mi cartera y regalárselo!

   Es cierto que ambos bajamos en la estación Piedras (en eso no le mentí a Elsa), pero cada uno en dirección opuestas.

Sabia abuela.

 " Sabia abuela" por Vivi García.


   Mi amiga Pupi me convidó con una bebida riquísima que venía en el frasquito que está a la izquierda de la foto, y como verán lo transformé en florero. Al ver ese pequeño envase recordé una enseñanza de mi abuela.

   Yo tendría catorce años y le conté que me gustaba un chico del club. Ella sólo me preguntó: "qué vés en él?". Yo le dije que me gustaba lo bien que se tiraba del trampolín de la pileta, su piel bronceada, su boca llena de dientes parejos, y sus ojos verde-amarillos... La abuela, después de escucharme atentamente dijo: "puro envase". 

   A los pocos días fui al club a bailar, era carnaval. Estaba él, y me sacó a bailar bolero, un lento! Al escucharlo hablar del auto de su papá, de las vacaciones en Brasil, de sus excelentes notas de la escuela... sentí ganas de que la canción terminara.

   Al llegar a casa la abuela me preguntó: "estaba él joven maravilla en el club?". Me senté a su lado la tomé fuerte de las manos y le dije: "Sí, estaba... Es puro envase".

Aún hoy guardo las risas de ambas en mi corazón.

Jo, jo, jo!

 Antes de las Fiestas le pregunté a mi hija que necesita Lourdes, mi nieta, para poner en el Arbolito. Me dijo que necesitaba una malla para usar en la colonia. Mirando vidrieras con Lou, le pregunté que malla le gustaba, me señaló una color verde manzana con volados rojos y prometí pasar en otro momento por ella. Al día siguiente fui sola, la compré y se la di a mi hija a escondidas para que la incluyera entre los regalos que previa carta, le habían encargado al señor de la barba blanca.  

Pasada la Noche Buena, reunión que este año no compartí con mi nieta,  desde el celular de su mamá Lou me mandó el siguiente mensaje: "abuela, te quiero avisar que no gastes en la malla que vimos el otro día,  ya me la trajo Papá Noel".

Para más adelante

 

Para más adelante                                      por Vivi García

 

   Cuando Eterna Manzoni cursaba el octavo mes de embarazo empezó a pensar en no parir a su hijo, es decir dejarlo guardado en su cuerpo para más adelante. Ella prefería postergar el nacimiento para tiempos más benévolos, sin guerras, sin violencia, sin crisis económicas, total ¡qué apuro tenía para soltarlo! El bebé estaba protegido, Eterna estaba acostumbrada a llevarlo… Todos en la familia la miraban asombrados, el tiempo pasaba, pero ella tranquila respondía lo de siempre: “para más adelante”.

   Pasaron los meses, los años y el hijo de Eterna seguía en su vientre. Era extraño su cuerpo, ella casi anciana y eternamente embarazada.

   Eterna falleció a los ciento dos años. En el mismo instante en que su alma la abandonó, de su cuerpo brotó un hombre adulto con un rostro con tal gesto de asombro, de confusión, de “dónde estoy” jamás visto en un recién nacido. Los médicos que rodeaban a Eterna, que lucía como una bella y añosa magnolia, nunca comprendieron el fenómeno. La familia lo llamó Perpetuo. De inmediato la prensa, el mundo científico, los curiosos, quisieron conversar con él, saber qué se sentía nacer con setenta años, pero Perpetuo repetía casi como un mantra: “¡solo les puedo decir que extraño la música, la música, esa música que escuché durante tanto tiempo!”.

-      “¿Qué música?” – preguntó el periodista que dirigía la entrevista en simultáneo para todos los canales y radios del mundo.

-      La música de dos corazones – respondió Perpetuo con lágrimas en sus mejillas.

viernes, 10 de noviembre de 2023

 

Maestros                                                 por Vivi García

   Tal vez por mi estrecha relación con el tango suelo detenerme en sus letras, esa poesía sin duda profunda y reflexiva.

   Mientras bailaba hace unos días el tango “Tarde” de José Canet, focalicé en los dos primeros versos: “De cada amor que tuve tengo heridas, heridas que no cierran y sangran todavía”, e inmediatamente revisé mis amores, los primeros y los recientes. Disentí con el autor. Recordé uno por uno a los hombres que me acompañaron en las cuestiones del amor de pareja (no fueron tantos) y llegué a la conclusión que no han quedado heridas y mucho menos, sangrantes. Es cierto que siempre me crucé con personas que me gusta llamar “buena gente”, por lo tanto los cierres fueron acordados y aceptados (a veces a medias) por las dos partes.

   También es cierto que todas las relaciones tuvieron fecha de vencimiento, y todas sin excepción fueron de aprendizaje, por lo menos para mí (y deseo de corazón que también haya sido así para ellos). Cada una me permitió conocerme más y más, y ese autoconocimiento me hizo crecer. Ellos fueron maestros para mí. Cada afinidad entre ambos o diferencia fue una oportunidad para aprender, mirarme, reconocerme, desconocerme para luego ver quién era y qué quería. ¿Si lloré? Sí, un montón. Pero con el paso del tiempo las lágrimas disminuyeron. No en vano vivimos.

   A menudo observo algunos regalos recibidos que conviven conmigo: un juego de té, un cuadro, un pijama, fotos de viajes, recuerdos de películas y obras de teatro compartidas, recetas de cocina que nos hemos pasado, libros… ¿Si los quise? Como dice Ángeles Mastretta en uno de sus cuentos “a todos los quise”.

   Confieso que me hubiese gustado tener un compañero con quien se comparten los nietos pero no me ha sucedido ese tipo de amor a plazo largo. A algunos les sucede el gran amor; a otros, breves y grandes amores; a mí me tocaron en el reparto de Cupido amores breves, pero muy valiosos. Agradezco y celebro haberlos conocido porque de esas relaciones me he edificado (de todo tipo de relación una se va formando). Benditos vínculos que me ayudaron a saber dónde quiero estar. Y hoy, a mis sesenta y uno, estoy teniendo una relación cada vez más cuidada y amorosa conmigo. Juro que intento a diario mimarme, perdonarme, escucharme...

   ¡Miren a donde me llevaron dos versos de un tango! Este relato confesión merece un “Chan chán”.



lunes, 29 de mayo de 2023

"Allá como acá"

 "Allá como acá" por Vivi García.                                                     

   ¿Habrá milonga en el cielo? ¿Y yo qué sé? Lo único qué sí sé es que cuando en un sorteo de miradas me cabecea un bailarín, de esos que abrazan lindo y caminan el tango a tiempo, ahí sí, te puedo asegurar que bailo entre las nubes. Tal vez sea un anticipo de las milongas encieladas, no lo sé aún. Mientras tanto sigo bailando aquí, no sea cosa que la milonga de "allá" me encuentre fuera de estado. Por ahora el cielo se parece a una pista de baile.