viernes, 29 de diciembre de 2023

"Próxima estación, Piedras"

 

“Próxima estación, Piedras…”                                              por Vivi García

   Subí en la estación San Pedrito de la Línea A de subterráneos. Él subió en San José de Flores. Atractivo. Muy atractivo. Anteojos coloridos como los que me gustan a mí.  Yo estaba sentada. Él viajaba parado. Con una mano se tomaba del pasamano y con la otra sostenía un libro. Nada más sexy que un señor leyendo ¡y con anteojos! (bueno, eso creo yo). Y en ese preciso momento se despertó una histórica obsesión en mí: querer saber qué leen los que leen. El viaje avanzaba. Ya habíamos pasado Congreso. Mi cabeza giraba cual lechuza para poder leer la tapa. Cuando mi compulsión fue indomable, arrojé la Sube al suelo cerca de sus pies como para al ir a tomarla y poder leer el título del libro. Bajamos en la misma estación, Piedras.

   Al día siguiente tomé el té con mi tía Elsa, que con sus noventa pasados sigue preocupada por mi falta de pareja  (me duran poco tiempo, es verdad,  y ella no comprende la razón,  ya que, según sus palabras “¡soy una señora tan agradable!”). Cuando íbamos por la tercera de taza de té negro con limón y jengibre comencé a contarle el episodio del subte. A ella le encanta que le cuente sucedidos. Le dije que al bajar del subte el lector de lentes colorinche me invitó a tomar un café para seguir hablando de literatura, de nosotros, de la vida… (las dos palabras que cruzamos en el andén pusieron en evidencia que éramos almas gemelas ). Fuimos al Tortoni (milagrosamente en el notable café no había cola). Después de charlar arreglamos para hacer una visita guiada al Colón durante el fin de semana, también al palacio Barolo, y a Cátulo tango… Cuando le dije a mi tía que parecía un hombre muy culto e interesante,  le brillaron los ojos como si me rogara “esta vez cuidalo, querida, por favor, ¡cuidalo!”. Veinte minutos después, mientras servía la cuarta taza, dijo eufóricamente:

-          ¡Qué suerte tuviste, dar con alguien tan afín a vos! Seguro que con este muchacho durás…

El verbo durar no me gustó nada. ¡Si supiera lo bien que me llevo conmigo! Pero la vi tan feliz con la ilusión que le hacía la idea de que  su sobrina estuviese bien acompañada, que no la contradije en absoluto.

   Conociéndola a Elsa, y sabiendo cuánto me quiere, suelo contarle cosas con finales rosados.

Volviendo al rescate de mi tarjeta Sube,  pude, desde el piso, leer el título del libro: “Reglamento de voley”. ¡Sentí ganas de sacar el libro de mi cartera y regalárselo!

   Es cierto que ambos bajamos en la estación Piedras (en eso no le mentí a Elsa), pero cada uno en dirección opuestas.

Sabia abuela.

 " Sabia abuela" por Vivi García.


   Mi amiga Pupi me convidó con una bebida riquísima que venía en el frasquito que está a la izquierda de la foto, y como verán lo transformé en florero. Al ver ese pequeño envase recordé una enseñanza de mi abuela.

   Yo tendría catorce años y le conté que me gustaba un chico del club. Ella sólo me preguntó: "qué vés en él?". Yo le dije que me gustaba lo bien que se tiraba del trampolín de la pileta, su piel bronceada, su boca llena de dientes parejos, y sus ojos verde-amarillos... La abuela, después de escucharme atentamente dijo: "puro envase". 

   A los pocos días fui al club a bailar, era carnaval. Estaba él, y me sacó a bailar bolero, un lento! Al escucharlo hablar del auto de su papá, de las vacaciones en Brasil, de sus excelentes notas de la escuela... sentí ganas de que la canción terminara.

   Al llegar a casa la abuela me preguntó: "estaba él joven maravilla en el club?". Me senté a su lado la tomé fuerte de las manos y le dije: "Sí, estaba... Es puro envase".

Aún hoy guardo las risas de ambas en mi corazón.

Jo, jo, jo!

 Antes de las Fiestas le pregunté a mi hija que necesita Lourdes, mi nieta, para poner en el Arbolito. Me dijo que necesitaba una malla para usar en la colonia. Mirando vidrieras con Lou, le pregunté que malla le gustaba, me señaló una color verde manzana con volados rojos y prometí pasar en otro momento por ella. Al día siguiente fui sola, la compré y se la di a mi hija a escondidas para que la incluyera entre los regalos que previa carta, le habían encargado al señor de la barba blanca.  

Pasada la Noche Buena, reunión que este año no compartí con mi nieta,  desde el celular de su mamá Lou me mandó el siguiente mensaje: "abuela, te quiero avisar que no gastes en la malla que vimos el otro día,  ya me la trajo Papá Noel".

Para más adelante

 

Para más adelante                                      por Vivi García

 

   Cuando Eterna Manzoni cursaba el octavo mes de embarazo empezó a pensar en no parir a su hijo, es decir dejarlo guardado en su cuerpo para más adelante. Ella prefería postergar el nacimiento para tiempos más benévolos, sin guerras, sin violencia, sin crisis económicas, total ¡qué apuro tenía para soltarlo! El bebé estaba protegido, Eterna estaba acostumbrada a llevarlo… Todos en la familia la miraban asombrados, el tiempo pasaba, pero ella tranquila respondía lo de siempre: “para más adelante”.

   Pasaron los meses, los años y el hijo de Eterna seguía en su vientre. Era extraño su cuerpo, ella casi anciana y eternamente embarazada.

   Eterna falleció a los ciento dos años. En el mismo instante en que su alma la abandonó, de su cuerpo brotó un hombre adulto con un rostro con tal gesto de asombro, de confusión, de “dónde estoy” jamás visto en un recién nacido. Los médicos que rodeaban a Eterna, que lucía como una bella y añosa magnolia, nunca comprendieron el fenómeno. La familia lo llamó Perpetuo. De inmediato la prensa, el mundo científico, los curiosos, quisieron conversar con él, saber qué se sentía nacer con setenta años, pero Perpetuo repetía casi como un mantra: “¡solo les puedo decir que extraño la música, la música, esa música que escuché durante tanto tiempo!”.

-      “¿Qué música?” – preguntó el periodista que dirigía la entrevista en simultáneo para todos los canales y radios del mundo.

-      La música de dos corazones – respondió Perpetuo con lágrimas en sus mejillas.