viernes, 15 de enero de 2016

Enero


No sé por qué razón llegué a Floresta,
venía de una casa grande
con una gran familia.
Nunca tuve patio, es cierto,
pero hoy, desde mi pequeño balcón
puedo observar los árboles
que me presta un fondo vecino.
Siento la bendición del viento
en mi piel, en el canto de un llamador de ángeles
y en la danza de las hojas.
La gata descansa sobre la cama,
el perro abuelo elige su mullido canasto,
y Lara, una caniche nieta, disfruta junto a mí
de esta tarde,  sin duda, regalo del Universo.
A este mirador con rejas verdes
llega un pedazo de cielo
que como una ofrenda,
me ofrece el sol y las estrellas
cada jornada.
A veces el Milagro
está ahí, al alcance de  las manos.

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