miércoles, 20 de marzo de 2019

"EL PRIVILEGIO DE LEER" por Vivi García


   Quizá sea algo tan habitual, que ya no repare en la celebración de la lectura, se naturalizó, como el cepillado de dientes, o el "buenos días" al cruzarme con un vecino.  
Pero suelo reparar cada vez que tengo un libro en las manos, en la fiesta de los ojos, del alma (y supongo que de las manos y oídos de aquellos que no ven). Suelo detener la lectura para tomar conciencia del viaje que estoy realizando a tiempos remotos, a geografías lejanas, o a una historia que se desarrolla en la ciudad que habito. Y casi como un rezo aparece el agradecimiento a todos los escritores que me invitaron a ver, a oler, a sentir sus libros. Muchas veces el llanto detuvo mi lectura, y tuve que hacer una pausa para procesar la emoción y volver a la obra. 
   Cuando leo para chicos, suelo espiar por sobre el libro para no perderme sus rostros ante esas "velas malditas"* que no quieren apagarse; o cuando la princesa Filomena le pregunta a viva voz desde el balcón al príncipe "¿quién sois?" **; o cuando cazan a la niña negra y su madre a través de la red le entrega el espejo que su padre le había regalado cuando se casaron***. ¡Cómo no lagrimear de risa o de impotencia cuando las páginas nos ofrecen tanto! 
   ¿Quién no recuerda a la protagonista de "El lector"?, esa mujer que escondió hasta las últimas consecuencias su analfabetismo.  
Benditos los que disfrutan leyendo porque ellos alcanzarán los caminos del había una vez con todos sus matices: lo mágico, la desmesura, el humor, la tragedia, lo maravilloso, el crudo realismo... 
   Como dice Daniel Pennac muchas veces el tiempo dedicado a la lectura es tiempo robado a otras actividades, y qué bueno que así sea. 

* Las velas malditas, de Graciela Montes 
** La princesa y el pirata, de Alfredo Gómez Cerdá 
*** El espejo africano, Liliana Bodoc 

            

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